Debido a la explotación, el consumismo, la sobrepoblación y el calentamiento global los recursos naturales del planeta son cada vez más escasos. Incluso el agua parece ser un bien al que cuesta más trabajo acceder y su posesión cada vez es más peleada, lo cual está llevando a que distintos grupos empiecen a conseguirla de manera ilícita.
El agua dulce es un recurso esencial, no sólo porque es imposible vivir sin beberla, sino también porque es indispensable en la agricultura, ganadería y casi cualquier tipo de industria.
Al día son usados 10 billones de toneladas de agua en todo el mundo, mayormente por las grandes industrias que dejan poco para las comunidades rurales que la necesitan para subsistir.

La privatización del agua es algo que muchos países han impulsado para conseguir jugosas ganancias a cambio de vender este líquido vital. En las naciones en las que se ha privatizado este recurso, un puñado de compañías la gran mayoría de este bien, dejando en su control su precio y distribución.
A tal punto ha llegado esta batalla por poseer el agua, que tanto empresas como agricultores han empezado a robarla. En un estudio reciente se calcula que entre el 30% y el 50% de los suministros son robados a nivel mundial, lo que significa que gran parte del agua disponible no está teniendo un uso adecuado y no está generando un beneficio económico.

De acuerdo con el mismo estudio la gran mayoría del agua robada se encuentra en países ricos, pero es usurpada por comunidades pobres, siendo España el principal lugar con este problema.
El problema del robo de agua, quizá no es tanto una pérdida monetaria, sino que en ocasiones no se tiene conciencia de que se podría estar haciendo un daño ambiental mayor.
Si, por ejemplo, se roba el agua de una reserva natural, las especies que allí habitan no podrán subsistir. O si se roba el agua destinada a una comunidad, quizá esto deje a muchas personas sin siembras, además de generar sequías.
Existen varias alternativas para enfrentar este problema. Más allá de la privatización se debería optar por legislaciones que logren un acuerdo entre el uso industrial y el rural.
Por otro lado, se debería invertir en infraestructura de recuperación fluvial, así como en la restauración de los sistemas acuíferos naturales. Incluso la desalinización del agua del mar podría ser una gran solución en el futuro.

Sin duda, es signo de un desastre ambiental que algo tan básico como el agua esté empezando a escasear. Es imperante encontrar alternativas al uso desmedido y explotación de este preciado recurso, pero este cambio sólo puede surgir transformando las formas de producción existentes.
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