Lluvia de peces, ¿qué significa?: ¿Realismo mágico al estilo literario de García
Márquez? ¿Uno de tantos cardúmenes que se traga y después regurgita, Caribdis, al
intentar matar a Ulises? ¿Un milagro bíblico, en el que Jesús no solo multiplica cinco
panes y dos peces, sino que puede hacerlos caer del cielo para que el hombre ya no
tenga el trabajo de atraparlos entre sus redes?
Ojalá fuera una fantasía literaria, mítica o religiosa. No es así, se trata de la
realidad, de nuestra realidad: del “Cambio Climático”, un fenómeno complejo y
sistémico porque los daños ecológicos nacen, se dispersan, se retroalimentan, regresan
al origen, se distorsionan, contagian a toda la naturaleza y la vida de los seres humanos.
La causa del cambio climático es el calentamiento global, el aumento de la
temperatura del planeta, provocado por las emisiones a la atmósfera de gases de efecto
invernadero derivadas de la actividad del ser humano.
Nuestro planeta ya se ha calentado y enfriado en otras épocas de manera natural,
pero estos ciclos han sido significativamente más lentos, han necesitado millones de
años, en tanto que ahora y como consecuencia de la actividad humana, estamos
alcanzando niveles que en otras épocas dieron como resultado extinciones en apenas
doscientos años. Eso significa que, de mantenerse la tendencia actual, la especie
humana podría desaparecer en dos siglos, en condiciones inimaginables.
En muchas ocasiones hemos escuchado que los cambios ocurridos en el clima se
deben al “efecto invernadero” lo cual es una verdad a medias. El efecto invernadero es
un proceso natural que le permite a la tierra mantener las condiciones que se necesitan
para albergar vida: la atmósfera retiene parte del calor del sol, gracias a que está
compuesta por diversos gases en la “proporción adecuada”, repito, en la “proporción
adecuada” para cumplir su cometido. Si no hubiese el efecto invernadero la temperatura
media del planeta sería de 18 °C bajo cero.
Cuando las actividades del ser humano aumentan la emisión de gases de efecto
invernadero en la atmósfera, ésta retiene más calor que el necesario, provocando que la
temperatura media de la tierra aumente y se presente lo que conocemos como
“calentamiento global”.
Se trata de la reacción de la tierra a la desgracia de verse habitada por seres
humanos que día a día, de una u otra forma, desde los líderes más poderosos; de las derechas o de las izquierdas, en plural, porque son tan democráticas o tan intolerantes
que se han vuelto anárquicas; de los empresarios que encabezan la lista de Forbes,
quienes ofrecen sus generosos y envenenados donativos, a cambio de la depredación
de nuestros recursos básicos como el agua y la tierra y los bosques, algo que no ha
hecho ninguna generación anterior a la actual, hasta los científicos sin ética profesional
y los ciudadanos de los países desarrollados y en desarrollo que no hemos sido capaces
de cambiar nuestra forma de vida, de entender que de nada servirá el bienestar
económico, cultural y social alcanzado si no tenemos un planeta donde vivir.
«Está lloviendo pescado en Malta», titularon los medios locales de la isla. La
lluvia sorprendió a los habitantes de la Bahía de San Pablo en Malta el 27 de febrero de
este año.
La gente reaccionó de distintas formas: muchos se aterraron y el servicio de
emergencia se saturó de voces que pedían una explicación del fenómeno. Otros se
dieron prisa para devolverlos al mar. Y algunos se apresuraron a recibir el regalo caído
del cielo, amontonándolos sobre la acera, mientras conseguían periódico o bolsas en que
llevárselos.
Por supuesto, hubo una explicación: una tormenta con vientos de hasta 100 km
por hora, ocurrida en la localidad de Xemxija, se tragó los peces de una granja piscícola,
cómo Caribdis, y al reventar en la bahía de San Pablo los dejó caer.
Es el mismo fenómeno que el de los tornados, sólo que ahora ocurren en el mar,
son trombas marinas surgidas de un huracán.
En otro lugar: en Belushya Guba, el pueblo más grande del archipiélago Ártico
de Rusia, alrededor de 50 osos polares se han atrevido a imitar el comportamiento de los
seres humanos: si la comida ha desaparecido de sus tierras de origen la van a conseguir
a otros lugares, sin importar que los maten o que ellos tengan que matar a los hombres
que se interpongan en su camino. El gobierno dice que los van a anestesiar para
regresarlos a los lugares de donde vinieron. ¿Y la comida? Hay que dárselas, de otra
forma regresarán y el circulo vicioso se cerrará cuando hayan muerto.
Sumemos otros eventos que ya no suenan a casualidad si no a causalidad.
¿Qué pasa con los terremotos y los huracanes y los tsunamis que provocan, y los
cientos de miles de personas que han muerto?
El 26 de diciembre de 2004, un terremoto de 9,3 grados de magnitud, el más
poderoso de los últimos 40 años, ocurrió en Aceh, en el norte de Indonesia y provocó un tsunami cuyas olas llegaron a varios países del Océano Índico, ocasionando la muerte de
170.000 personas, más 50,000 de otros países, cerca de un cuarto de millón de víctimas.
Casi seis años después, el 27 de febrero de 2010, ocurrió en Chile un terremoto
seguido de un tsunami con una magnitud de 8,8 grados, que provocó la muerte de 520
habitantes.
Ese mismo año, en el mes de octubre, una vez más, Indonesia sufre un tsunami
en el que desaparecen más de 400 personas, causado por un sismo de magnitud 7,7 en el
archipiélago de Mentawai, frente a las costas de Sumatra.
Al año siguiente, Japón enfrenta, el 11 de marzo del 2011, un terremoto de
9,0 grados, seguido de un tsunami que, en conjunto, provocaron la muerte de 19,000
personas y la inundación de la central nuclear de Fukushima, dañando sus reactores. El
accidente nuclear es considerado el peor desde el ocurrido en la central soviética
de Chernóbil, en 1986.
Por tercera ocasión en Indonesia, el 28 de septiembre de 2018, mueren más de
1,200 personas a causa de un sismo de 7,5 grados de magnitud, seguido de un tsunami
en la isla de Célebes.
¿Acaso estos terremotos y tsunamis no son como un alarido de la tierra?
Los políticos que gustan de la guerra dirían que se trata de daños colaterales, de
eventos con los que buscan la paz, que han crecido con la misma intensidad con la que
los hombres hemos herido a nuestro planeta.
¿Qué ocurre con el grupo de países que resguardan en sus entrañas un arsenal de
armas nucleares que necesariamente son probados en el aire o sobre la tierra, una o dos
veces o las que se requieran, hasta que están seguros de que no fallan?
No son muchos, pero suficientes para lograr que esa energía que lanzan tenga
que ser liberada por nuestro planeta.
Rusia, Estados Unidos, China, Francia, el Reino Unido, la India, Israel, Pakistán,
Irán, Corea del Norte y Yemen tienen armas nucleares.
Resalta el caso de Corea del Norte que, durante las tres dictaduras de la misma
generación, ha lanzado 16 misiles con Kim Jong-Sung, el abuelo; 16 con Kim Jong-Il,
el padre; y 98 con Kim Jong-Un, el hijo, y actual dictador, quien para desgracia de la
humanidad se ha dedicado a confrontarse con Trump: el más egocéntrico, belicoso e
irresponsable presidente que hayan tenido los Estados Unidos.
Pero hay más complicaciones en este pequeño nido de seres enajenados. ¿De
quién se defiende la India, Irán, Paquistán y Yemen? Si las economías de los cuatro países ocupan los menos honrosos lugares en el orden mundial y del índice de
desarrollo humano, ¿para que necesitan tantas armas? ¿de dónde sacan los recursos para tener esos arsenales? Es casi seguro que son armas y bases militares pagadas, instaladas y operadas por los seis o siete países que lideran la lista y que consideran que el sureste asiático es el mejor lugar para contender entre ellos. ¿Van a trasladar el conflicto bélico del medio oriente a ese espacio?
Las cumbres para parar está carrera armamentista han sido igual de numerosas
que de inútiles. Ningún país ha dicho la verdad sobre la cantidad de armas que tiene,
ninguno está haciendo nada para reducirlas.
Por lo pronto, casi podríamos asegurar que estamos en medio de otra guerra fría,
el mejor negocio del imperio americano, ruso y, ahora, el chino. Pero, sigamos sumando fenómenos extraños en nuestro mundo.
A finales de enero de este año, en los Estados Unidos se presentó una ola de frío
con temperaturas récord de hasta 60 ºF bajo cero en el medio oeste, situación que le dio
la oportunidad a Donald Trump de mostrar su ignorancia supina en un Twitter:
“En el hermoso medio oeste, las temperaturas de la brisa del viento están alcanzando
los 60 grados, el más frío registrado. En los próximos días, se espera que se enfríe aún
más. La gente no puede durar afuera, ni siquiera por unos minutos. ¿Qué diablos está
pasando con el calentamiento global? Por favor, vuelve rápido, ¡te necesitamos!”
(versión original en pie de nota)
Sin embargo, la relación causa-efecto tan sencilla entre el calentamiento global y
el cambio climático, no es posible que la comprenda Trump. Apenas arribó a la
presidencia de los Estados Unidos echó abajo la prohibición de explotar las minas de
carbón y sigue sin modificar los niveles de producción del petróleo, el gas y sus
derivados. Para ser más evidente su ignorancia y, en consecuencia, su falta de
responsabilidad sobre el futuro del pueblo estadounidense, y de sus propios hijos y
nietos, el 1º de junio de 2017, tomó la decisión de salir de acuerdo del París sobre el
cambio climático.
Por último, pero no menos importante, es la contaminación que provocamos los
ciudadanos que vivimos en zonas urbanas, en la mayoría de los casos sin tener otra
opción, con nuestros vehículos y la ausencia de una cultura de separación de la basura,
de ahorro del agua, de la electricidad, del uso indiscriminado del plástico.
Según datos del BM y de la ONU la población urbana representó el 55% del
total es decir 3,966 millones de personas. La solución a este problema ya existe: los
automóviles híbridos. Sin embargo, su costo todavía no está al alcance de los bolsillos
de la población.
En las grandes ciudades se aplican programas que reducen la circulación de los
vehículos o que suponen que con el alza de las gasolinas desalentarán el uso de los
vehículos. Ninguna de las dos soluciones está funcionando. La última aplicada por
Macron en Francia hizo surgir el famoso movimiento de los chalecos amarillos. Este
tipo de medidas afecta principalmente a los sectores de población de menores ingresos.
Lo más injusto es que esta contaminación no sólo afecta a los dueños de los
vehículos sino a toda la población del centro urbano que se elija. La gente de las
ciudades de Tokio, Pekín, México, París, Los Ángeles, Shanghái y Cantón, entre otras,
han normalizado su caminar todos los días en medio de una densa y pesada nube de
esmog, creyendo que un tapabocas es suficiente para proteger sus pulmones de las
partículas venenosas qué arrojan los vehículos y las fábricas.
Qué rabia, que impotencia se siente que en lugar de cuatro estaciones solo
tengamos dos: que hayamos borrado la primavera, el tiempo de renacer, y el otoño, el
tiempo para irse despidiendo de lo que amamos.
Todos somos responsables del cambio climático, aunque algunos, ciertamente
tienen nombre y lo exhiben a la luz del día o lo guardan en el bunquer de sus bocas.
¿Qué estamos cometiendo? un suicidio colectivo o un genocidio inconsciente
Roth dice en su novela «El animal moribundo», que los jóvenes pueden mirar
hacia el pasado sin preocuparse por el futuro. En cambio, la gente mayor como yo,
como David Kepesh, el protagonista de la novela solo debe mirar hacia el futuro; un
futuro breve que terminará con su muerte. Cuando recomiendan libros sólo hay que
anotar aquellos que realmente podremos leer en el tiempo que nos queda. Muchos, al
igual que David Kepesh, tienen hijos, nietos, sobrinos, amigos entrañables, un pequeño
mundo que forma parte del gran mundo en el que vivimos.
En consecuencia, nos corresponde, sin dejar de ser realista, no escoger el lado
apocalíptico del inmenso y complejo problema que enfrenta la humanidad.
El martes 3 de abril, hace dos días, en una de las mesas de la cafetería del museo
de Van Gogh, en Ámsterdam, después de volver a sorprenderme por la muerte
temprana de Vincent, a causa de un suicidio o un accidente por arma de fuego, y peor
aún, de la muerte de su hermano Theo a los 33 años, recién casado y con un hijo, a consecuencia de un colapso nervioso por el fallecimiento de Vincent, como si hubiera
sido su hijo, que muestra que no todos llegan a viejos para morir; en ese extraño
momento en que la muerte se hacía presente antes de tiempo, se sentó en mi mesa,
frente a mí, una mujer joven rebosante de energía y seguridad, una luchadora de
Greenpeace, nacida en Filipinas.
Era el último día de su estancia en Ámsterdam y otra vez por causalidad y no por
casualidad decidió sentarse frente a mí. Había ido a hablar sobre el problema de los
plásticos, justo lo que necesitaba para desarrollar la idea que venía bullendo en mi
cabeza para hacer algo contra el cambio climático. Ella me daría la respuesta.
En mi opinión, el plástico era el cáncer de nuestra producción industrial, desde
que descubrieron que no podía desintegrarse en menos de 100 años. Después
encontraron la forma de reciclarlo y apareció el mercado del PET plástico. Con los
envases de los refrescos se podían construir hasta casas habitación. De cualquier forma,
me parecía que estábamos satanizando un producto inventado por el hombre.
Un producto que durante mucho tiempo se había y se sigue utilizando para
producir artículos para la medicina como las jeringas desechables, las sondas, el envase
de sueros y medicinas, cortinas de plástico para separar los cubículos de las salas de
urgencias, los impermeables, los envases para la comida, miles de miles de piezas con
las que todavía se fabrican los juguetes de los niños, partes de automóviles, membranas
para represas de agua de lluvia, por dar unos ejemplos.
Así que, era necesario encontrar la forma de no aterrorizarnos frente a un
producto que forma parte de nuestro modo de vivir. Era urgente que quienes lo crearon
encontraran la forma de reaprovecharlo.
En ese momento, la joven ambientalista Merce Ferrer me dio la gran noticia de
que no todos los plásticos eran dañinos, había diferentes “personalidades de plástico”,
entre los que se encontraba uno en especial, con el que las grandes empresas
trasnacionales habían invadido a los países subdesarrollados: el plástico de un solo uso
que no debe juntarse con los demás plásticos porque los contamina.
En suma, había aparecido una solución que necesitaba difundirse y ser muy clara
y precisa para que los consumidores pudieran identificarlos. El grupo con el que trabaja
se dedica a viajar por todas las ciudades para construir monstruos con los plásticos que
realmente contaminan.
Este tipo de plástico monstruoso es el que usan las grandes transnacionales para
fabricar pequeñas bolsas que parecen de papel pero que trae un acabado plástico.
No hubo más tiempo para que me diera más detalles porque su avión hacia Rotterdam salía en tres horas. Más tarde confirmé en Internet lo que me había comentado. La certeza de que había un grupo de personas investigando y luchando contra el
cambio climático debería saberlo la joven sueca de 16 años, Greta Thunberg, quien
decidió enfrentarse al Parlamento sueco para protestar por el cambio climático. Porque
su discurso resultó apocalíptico: descartó la posibilidad de hacer algo por el cambio
climático ya no tenían tiempo porque faltaban muchos años para que ella y los otros
jóvenes que estaban luchando pudiera llegar a tener el control de la economía, de la
política del medio ambiente.
Por supuesto, el aparato del poder internacional la recibió con los brazos
abiertos, la puso en un atril, la reconocieron como una jovencita valiente que incluso
merecía el premio Nobel de la Paz, de qué carajos estaban hablando.
Greta no busca la paz entre las naciones, ella busca el cambio de la conciencia
moral y ética no solo de los mandatarios de los países desarrollados, si no de las grandes
transnacionales que tienen en sus manos la decisión tan insignificante y mortífera como
usar una pequeña bolsa de un material que lleva adherido el plástico de un solo uso, que
no podrá desintegrarse hasta dentro de 100 años.
Hay que evitar que la impotencia frente a las autoridades y los poderes fácticos
de cada país inhiban cualquier iniciativa personal contra el cambio climático. Hay que
utilizar cualquier ejemplo, cualquier frase, cualquier pensamiento que ayude nos ayude
a recuperar la salud de nuestro planeta. La frase de Ortega y Gasset que regaló al mundo
en su libro Meditaciones del Quijote: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a
ella no me salvo yo”, no sufre ningún demérito si la aplicamos al problema del cambio
climático. Mi circunstancia no es algo abstracto, es la relación con los demás seres
humanos y con el lugar en donde vivo, así que me atrevería a decir: “Yo soy yo y mi
planeta, y si no lo salvo a él no me salvo yo. Y si soy viejo debo de hacer hasta lo
imposible por arreglar el desastre de planeta que estoy dejando, junto con el resto de mi
generación.
Links informativos:
1- https://www.acciona.com/es/cambio-climatico/
2- https://www.rcnradio.com/internacional/los-cinco-tsunamis-mas-devastadores-de-
los-ultimos-anos
3- https://youtu.be/eZr2pbIXH6Q
4-https://www.google.com/amp/s/actualidad.rt.com/actualidad/303734-volver-
calentamiento-global-tuit-trump-red/amp
5- https://cnnespanol.cnn.com/2017/11/28/corea-del-norte-misiles-2017/amp/
6- https://datos.bancomundial.org/indicador/SP.URB.TOTL.IN.ZS
7- https://www.un.org/es/sections/issues-depth/population/index.html
8-https://es.greenpeace.org/es/wp-content/uploads/sites/3/2018/04/TOOLKIT-
PLASTICOS-v3.pdf
Pie de Nota:
“In the beautiful Midwest, windchill temperatures are reaching minus 60 degrees, the
coldest ever recorded. In coming days, expected to get even colder. People can’t last
outside even for minutes. What the hell is going on with Global Warming? Please come
back fast, we need you!”